Cuando los años pasan y llega el momento de decir "es ahora o nunca", María decide celebrar su existencia por sesenta años de una manera peculiar. Sola, en una isla mística y lejana, muy lejana de su día a día, y no solo por su ubicación sino por sus costumbres, idioma y religión. Emprende los preparativos atraída, en un principio, por el clima en febrero, mes de su cumpleaños, las fotografías que encuentra en Internet y los comentarios de una amiga. Al acercarse la fecha debe comunicarlo a su familia. ¿Qué pensarán? Están acostumbrados a los gustos singulares de su madre, de la esposa, ¿pero viajar al otro lado del mundo, por un mes, en solitario? Eso no la detiene a organizar hasta el último detalle de su estancia en la Isla de los Dioses. Muchas horas de vuelo, muchos kilómetros, la nostalgia quiere robarle la seguridad. Debe luchar contra los pensamientos que desean decirle que se equivocó. Ni el cansancio, ni los contratiempos merman la ilusión. Tendrá que llenar los días de actividades para no caer en la melancolía. Buscar la osadía de años de juventud y realizar las actividades que por la importancia de ser madre dejó pasar. Nunca imaginó que la isla tendría un imán más poderoso que solo el clima, la naturaleza o los templos. Tendría alma. Un alma tan poderosa que la llevó a apreciar lo cotidiano, lo simple y a comprender que la vida se basa en el presente y solo en el presente.